La Radio Del Club Delle Galline

La Radio Del Club Delle Galline
Di Gallo Cedrone Music & Video

domenica 29 dicembre 2013

Bienvenido Año Nuevo

Wowww!!! ¡ ¡Qué rápido se nos va un año! El tiempo pasa volando y no nos damos cuenta. Ayer era otro año pero hoy es otro, aunque no parece haber ninguna diferencia, pero hoy es Año Nuevo. ¿Y qué tiene hoy de diferente? Nada, todo sigue igual, el mismo sol, los días iguales, el mismo aire, el mismo ambiente, la misma semana, solo el número del año es diferente. Pero... tú puedes hacerlo diferente, no solamente tu vida, sino la de tu familia, la de tu comunidad, tu pueblo, tu país, el mundo... Poniendo un granito de arena, cada cual podemos hacerlo. Lo importante no es si ayer era otro año y hoy ya es otro. Lo que verdaderamente importa es que lleguemos al nuevo día haciendo una diferencia. ¿Cómo? Buscando la paz, amor, teniendo fe, esperanzas, modificando actitudes, ayudando y sirviendo a los demás, acercándote a Dios para caminar de su mano...


Soy el Año Nuevo, vengo a ti puro e inmaculado; acabo de salir de las manos de Dios. Cada día es una perla de gran precio que te es concedida para que la ensartes en el hilo de plata de la vida. Una vez ensartada, ya no puede desenhebrarse jamás; queda allí como un testimonio inmortal de tu fe y de tu destreza. Debes fundir entonces, cada minuto, como eslabón dorado a la cadena eterna de las horas. En tus manos te han sido entregados riqueza y poder para hacer de tu vida lo que quieras. Te doy, libremente y sin reservas, doce meses gloriosos de lluvia refrescante como una caricia y de luz de sol con fulgores de oro. Los días, para trabajar y recrearte en la belleza de las cosas; las noches, para que duermas con un sueño tranquilo. Todo lo que tengo te lo doy con amor que no puede definirse. Todo lo que te pido es que no permitas que nadie profane tu fe ni oscurezca tu visión.

domenica 22 dicembre 2013

Feliz Año Nuevo Desde Mi Casa


Feliz Navidad

Aunque no se tiene certeza de la fecha exacta del acontecimiento, una gran parte de la humanidad celebra en estas fechas el nacimiento del Hijo de Dios, aunado al inicio de un nuevo año, con las características propias de cada país. Sin embargo, es indudable que independientemente de la religión que se profese, los buenos sentimientos que inspiran y rodean estas celebraciones propician la unión, la paz y la meditación. Por ello, les invito a hacer un recuento de lo recibido y atesorar el recuerdo de aquello que perdimos pero que mientras lo tuvimos dejó hermosas huellas en nuestros corazones. Abracemos a nuestros seres queridos ahora que aún están con nosotros y démonos tiempo de compartir y disfrutar con ellos los momentos que llegarán a ser un consuelo en momentos de adversidad. Desprendámonos de todo aquello que nos es dañino y preservemos solo lo que nos hace ser mejores cada día. Esforcémonos en aprender algo cada día y fijémonos nuevas metas luchando sin temer al fracaso pues no solo el éxito nos deja grandes enseñanzas. Perseveremos sin desfallecer en las decisiones que poco a poco nos hacen superarnos y mejorar nuestra calidad de vida. Por mi parte, les deseo éxito en todo lo que se propongan, y disfruten de lo mejor con sus familias y amigos.

Con Simpatia Y Cariño
"Amapola Irene Calderon Negrete!

giovedì 19 dicembre 2013

Felices Fiestas En Musica

Feliz Navidad Y Prospero Año Nuevo


Feliz Ano Novo


Amistad En Esta Navidad


QUE RENAZCA ESE NIÑO EN CADA UNO DE NOSOTROS!!!


EL REGALO DE LOS REYES MAGOS

 

Apenas su padre se había sentado al llegar a casa, dispuesto a escucharle como todos los días lo que su hija le contaba de sus actividades en el colegio, cuando ésta en voz algo baja, como con miedo, le dijo:

 

- ¿papá?

- Sí hija, cuéntame

- Oye quiero.. .que me digas la verdad

- Claro hija. Siempre te la digo.- Respondió el padre un poco sorprendido

- Es que..- titubeó Cristina

- Dime hija, dime.-

- Papá ¿existen los Reyes Magos?.

 

- El padre de Cristina se quedó mudo, miró a su mujer, intentando descubrir el origen de aquella pregunta, pero sólo pudo ver un rostro tan sorprendido como el suyo que le miraba igualmente.

 

- Las niñas dicen que son los padres. ¿Es verdad?.

 

- La nueva pregunta de Cristina le obligó a volver la mirada hacia la niña y tragando saliva le dijo:

 

- ¿Y tú qué crees, hija?

 

- Yo no sé, papá, que sí y que no. Por un lado me parece que sí que existen porque tu no me engañas, pero como las niñas dicen eso.

 

- Mira hija efectivamente son los padres los que ponen los regalos pero...

 

- ¿Entonces es verdad?- , cortó la niña con los ojos humedecidos.- ¡Me engañaron!

 

- No, mira, nunca te hemos engañado porque los Reyes Magos sí que existen, - respondió el padre cogiendo con sus dos manos la cara de Cristina

 

- Entonces no lo entiendo papá.-

 

- Siéntate, cariño, y escucha esta historia que te voy a contar porque ya ha llegado la hora de que puedas comprenderla.- dijo el padre mientras señalaba con la mano el asiento a su lado.

 

Cristina se sentó entre sus padres ansiosa de escuchar cualquier cosa que le sacase de su duda, y su padre se dispuso a narrar lo que para él debió de ser la verdadera historia de los Reyes Magos:

 

Cuando el Niño Dios nació, tres Reyes que venían de Oriente guiados por una gran estrella se acercaron al Portal para adorarle. Le llevaron regalos en prueba de amor y respeto y el Niño se puso tan contento y parecía tan feliz que el más anciano de los Reyes, Melchor, dijo:

 

- ¡Es maravilloso ver tan feliz a un niño!. Deberíamos llevar regalos a todos los niños del mundo y ver lo felices que serían.-

 

- ¡Oh, sí!.- exclamó Gaspar.- Es una buena idea, pero es muy difícil de hacer.

 

No seremos capaces de poder llevar regalos a tantos millones de niños como hay en el mundo.

 

- Baltasar, el tercero de los Reyes, que estaba escuchando a sus dos compañeros con cara de alegría comentó:

 

- Es verdad que sería fantástico, pero Gaspar tiene razón y, aunque somos magos, ya somos ancianos y nos resultaría muy difícil poder recorrer el mundo entero entregando regalos a todos los niños. Pero sería tan bonito.

 

Los tres Reyes se pusieron muy tristes al pensar que no podrían realizar su deseo.

 

El Niño Jesús que desde su pobre cunita parecía escucharles muy atento sonrió y la voz de Dios se escuchó en el Portal:

 

- Son muy buenos, queridos Reyes, y les agradezco sus regalos. Voy a ayudarlos a realizar su hermoso deseo. ¿Qué necesitan para poder llevar regalos a todos los niños?

 

- ¡Oh, Señor!- dijeron los tres Reyes postrándose de rodillas. Necesitaríamos millones y millones de pajes, casi uno para cada niño que pudieran llevar al mismo tiempo a cada casa nuestros regalos, pero... no podemos tener tantos pajes... no existen tantos.-

 

- No se preocupen por eso - dijo Dios - yo les voy a dar, no uno sino dos pajes para cada niño que hay en el mundo.-

 

- ¡Sería fantástico! ¿pero cómo es posible? - dijeron a la vez los tres Reyes con cara de sorpresa y admiración.

 

-¿No es verdad que los pajes que les gustaría tener deben de querer mucho a los niños ?- preguntó Dios.

 

- Sí claro, eso es fundamental - asintieron los tres Reyes.

 

- Y, ¿verdad que esos pajes deberían conocer muy bien los deseos de los niños?-

 

- Sí, sí. Eso es lo que exigiríamos a un paje - respondieron cada vez más entusiasmados los tres.

 

- Pues decidme, queridos Reyes, ¿hay alguien que quiera más a los niños y los conozca mejor que sus propios padres?

 

- Los tres Reyes se miraron asintiendo y empezando a comprender lo que Dios estaba planeando cuando la voz de nuevo se volvió a oír:

 

- Puesto que así lo habéis querido y para que en nombre de los Tres Reyes de Oriente todos los niños del mundo reciban algunos regalos, YO, ordeno que en esta fecha, conmemorando estos momentos, todos los padres se conviertan en sus pajes, y que en su nombre, y de su parte regalen a sus hijos los regalos que deseen.

 

También ordeno que, mientras los niños sean pequeños, la entrega de regalos se haga como si la hicieran los propios Reyes Magos. Pero cuando los niños sean suficientemente mayores para entender esto, los padres les contarán esta historia y a partir de entonces, en esta fecha, los niños harán también regalos a sus padres en prueba de cariño. Y, alrededor de Belén, recordarán que gracias a los Tres Reyes Magos todos son más felices.

 

- Cuando el padre de Cristina hubo terminado de contar esta historia, la niña se levantó y dando un beso a sus padres dijo:

 

- Ahora sí que lo entiendo todo papá. Y estoy muy contenta de saber que me quieren y que no me han engañado.

 

- Y corriendo se dirigió a su cuarto regresando con su alcancía en la mano mientras decía:

 

- No sé si tendré bastante para comprarles algún regalo, pero para el año que viene ya guardaré más dinero.

 

- Y todos se abrazaron mientras, desde el Cielo, tres Reyes Magos contemplaban la escena tremendamente satisfechos.
 
 
Con Cariño Y Simpatia
"Amapola Irene Calderon Negrete"

 

 

venerdì 29 novembre 2013

I Miei Ricordi Con La Costa

 

Foto Deporte

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Celebrity

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Foto Miscelanea

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Foto Notturne

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Foto Auto

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Foto Alimenti

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Motocicletas

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Foto Musicali

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Foto In Alta Definizione

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Naturaleza

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giovedì 28 novembre 2013

Foto Animali

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Foto Fantastiche

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NIDO DE AVISPAS "Agatha Christie"


NIDO DE AVISPAS

Agatha Christie
 
 
John Harrison salió de la casa y se quedó un momento en la terraza de cara al jardín. Era un hombre alto de rostro delgado y cadavérico. No obstante, su aspecto lúgubre se suavizaba al sonreir, mostrando entonces algo muy atractivo.
 
Harrison amaba su jardín, cuya visión era inmejorable en aquel atardecer de agosto, soleado y lánguido. Las rosas lucían toda su belleza y los guisantes dulces perfumaban el aire.
 
Un familiar chirrido hizo que Harrison volviese la cabeza a un lado. El asombro se reflejó en su semblante, pues la pulcra figura que avanzaba por el sendero era la que menos esperaba.
 
-¡Qué alegría! -exclamó Harrison-. ¡Si es monsieur Poirot!
 
En efecto, allí estaba Hécules Poirot, el sagaz detective.
 
-Yo en persona. En cierta ocasión me dijo: "Si alguna vez se pierde en aquella parte del mundo, venga a verme." Acepté su invitación, ¿lo recuerda?
 
-Me siento encantado -aseguró Harrison sinceramente-. Siéntese y beba algo.
 
Su mano hospitalaria le señaló una mesa en el pórtico, donde había diversas botellas.
 
-Gracias -repuso Poirot dejándose caer en un sillón de mimbre -.¿Por casualidad no tiene jarabe? No, ya veo que no. Bien, sirvame un poco de soda, por favor whisky no -su voz se hizo plañidera mientras le servían -. ¡Cáspita, mis bigotes están lacios! Debe de ser el calor.
 
-¿Qué le trae a este tranquilo lugar? -preguntó Harrison mientras se acomodaba en otro sillón -. ¿Es un viaje de placer?
 
-No, mon ami; negocios.
 
-¿Negocios? ¿En este apartado rincón?
 
Poirot asintió gravemente.
 
-Si, amigo mío; no todos los delitos tienen por marco las grandes aglomeraciones urbanas.
 
Harrison se rió.
 
-Imagino que fui algo simple. ¿Qué clase de delito investiga usted por aquí? Bueno, si puedo preguntar.
 
-Claro que si. No solo me gusta, sino que también le agradezco sus preguntas.
 
Los ojos de Harrison reflejaban curiosidad. La actitud de su visitante denotaba que le traía alli un asunto de importancia.
 
-¿Dice que se trata de un delito? ¿Un delito grave?
 
-Uno de los más graves delitos.
 
-¿Acaso un ...?
 
-Asesinato -completó Poirot.
 
Tanto énfasis puso en la palabra que Harrison se sintió sobrecogido. Y por si esto fuera poco las pupilas del detective permanecían tan fijamente clavadas en él, que el aturdimiento le invadió. Al fin pudo articular:
 
-No sé que haya ocurrido ningún asesinato aquí.
 
-No -dijo Poirot-. No es posible que lo sepa.
 
-¿Quién es?
 
-De momento, nadie.
 
-¿Qué?
 
-Ya le he dicho que no es posible que lo sepa. Investigo un crimen aún no ejecutado.
 
-Veamos, eso suena a tontería.
 
-En absoluto. Investigar un asesinato antes de consumarse es mucho mejor que después. Incluso, con un poco de imaginación, podría evitarse.
 
Harrison lo miró incrédulo.
 
-¿Habla usted en serio, monsieur Poirot?
 
-Si, hablo en serio.
 
-¿Cree de verdad que va a cometerse un crimen? ¡Eso es absurdo!
 
Hércules Poirot, sin hacer caso de la observación, dijo:
 
-A menos que usted y yo podamos evitarlo. Si, mon ami.
 
-¿Usted y yo?
 
-Usted y yo. Necesitaré su cooperación.
 
-¿Esa es la razón de su visita?
 
Los ojos de Poirot le transmitieron inquietud.
 
-Vine, monsieur Harrison, porque ... me agrada usted - y con voz más despreocupada añadió -: Veo que hay un nido de avispas en su jardín. ¿Por qué no lo destruye?
 
El cambio de tema hizo que Harrison frunciera el ceño. Siguió la mirada de Poirot y dijo:
 
-Pensaba hacerlo. Mejor dicho, lo hará el joven Langton. ¿Recuerda a Claude Langton? Asistió a la cena en que nos conocimos usted y yo. Viene esta noche expresamente a destruir el nido.
 
-¡Ah! -exclamó Poirot -. ¿Y cómo piensa hacerlo?
 
-Con petróleo rociado con un inyector de jardín. Traerá el suyo que es más adecuado que el mio.
 
-Hay otro sistema, ¿no? -preguntó Poirot -. Por ejemplo, cianuro de potasio.
 
Harrison alzó la vista sorprendido.
 
-¡Es peligroso! Se corre el riesgo de su fijación en la plantas.
 
Poirot asintió.
 
-Si; es un veneno mortal -guardó silencio un minuto y repitó -: Un veneno mortal.
 
-Util para desembarazarse de la suegra, ¿verdad? -se rió Harrison. Hércules Poirot permaneció serio.
 
-¿Está completamente seguro, monsieur Harrison, de que Langton destruirá el avispero con petróleo?
 
-Segurísimo. ¿Por qué?
 
-Simple curiosidad. Estuve en la farmacia de Bachester esta tarde, y mi compra exigió que firmase en el libro de venenos. La última venta era cianuro de potasio, adquirido por Claude Langton.
 
Harrison enarcó las cejas.
 
-¡Qué raro! Langton se opuso el otro día a que empleásemos esta sustancia. Según su parecer, no debería venderse para este fin.
 
Poirot miró por encima de las rosas. Su voz fue muy queda al preguntar:
 
-¿Le gusta Langton?
 
La pregunta cogió por sorpresa a Harrison, que acusó su efecto.
 
-¡Qué quiere que le diga! Pues si, me gusta ¿Por qué no ha de gustarme?
 
-Mera divagación -repuso Poirot -. ¿Y usted es de su gusto?
 
Ante el silencio de su anfitrión, repitió la pregunta.
 
-¿Puede decirme si usted es de su gusto?
 
-¿Qué se propone, monsieur Poirot? No termino de comprender su pensamiento.
 
-Le seré franco. Tiene usted relaciones y piensa casarse, monsieur Harrison. Conozco a la señorita Moly Deane. Es una joven encantadora y muy bonita. Antes estuvo prometida a Claude Langton, a quien dejó por usted.
 
Harrison asintió con la cabeza.
 
-Yo no pregunto cuáles fueron las razones; quizás estén justificadas, pero ¿no le parece justificada también cualquier duda en cuanto a que Langton haya olvidado o perdonado?
 
-Se equivoca monsieur Poirot. Le aseguro que esta equivocado. Langton es un deportista y ha reaccionado como un caballero. Ha sido sorprendentemente honrado conmigo, y, no con mucho, no ha dejado de mostrarme aprecio.
 
-¿Y no le parece eso poco normal? Utiliza usted la palabra "sorprendente" y, sin embargo, no demuestra hallarse sorprendido.
 
-No le comprendo, monsieur Poirot.
 
La voz del detective acusó un nuevo matiz al responder:
 
-Quiero decir que un hombre puede ocultar su odio hasta que llegue el momento adecuado.
 
-¿Odio? -Harrison sacudió la cabeza y se rio.
 
-Los ingleses son muy estúpidos -dijo Poirot-. Se consideran capaces de engañar a cualquiera y que nadie es capaz de engañar a ellos. El deportista, el caballero, es un Quijote del que nadie piensa mal. Pero, a veces, ese mismo deportista, cuyo valor le lleva al sacrificio piensa lo mismo de sus semejantes y se equivoca.
 
-Me está usted advirtiendo en contra de Claude Langton -exclamó Harrison-. Ahora comprendo esa intención suya que me tenía intrigado.
 
Poirot asintió, y Harrison, bruscamente, se puso en pie.
 
-¿Está usted loco, monsieur Poirot? ¡Esto es Inglaterra! Aquí nadie reacciona así. Los pretendientes rechazados no apuñalan por la espalda o evenenan. ¡Se equivoca en cuanto a Langton! Ese muchacho no haría daño a una mosca.
 
-La vida de una mosca no es asunto mío -repuso Poirot plácidamente-. No obstante, usted dice que monsieur Langton no es capaz de matarlas, cuando en este momento debe prepararse para exterminar a miles de avispas.
 
Harrison no replicó, y el detective, puesto en pie a su vez colocó una mano sobre el hombro de su amigo, y lo zarandeó como si quisiera despertarlo de un mal sueño.
 
-¡Espabílese, amigo, espabílese! Mire aquel hueco en el tronco del árbol. Las avispas regresan confiadas a su nido después de haber volado todo el día en busca de su alimento. Dentro de una hora habrán sido destruidas, y ellas lo ignoran, porque nadie les advierte. De hecho carecen de un Hércules Poirot. Monsieur Harrison, le repito que vine en plan de negocios. El crimen es mi negocio, y me incumbe antes de cometerse y después. ¿A qué hora vendrá monsieur Langton a eliminar el nido de avispas?
 
-Langton jamás...
 
-¿A qué hora? -le atajó.
 
-A las nueve. Pero le repito que está equivocado. Langton jamás...
 
-¡Estos ingleses! -volvió a interrumpirle Poirot.
 
Recogió su sombrero y su bastón y se encaminó al sendero, deteniéndose para decir por encima del hombro.
 
-No me quedo para no discutir con usted; sólo me enfurecería. Pero entérese bien: regresaré a las nueve.
 
Harrison abrió la boca y Poirot gritó antes de que dijese una sola palabra:
 
-Sé lo que va a decirme: "Langton jamás...", etcétera. ¡Me aburre su "Langton jamás"! No lo olvide, regresaré a las nueve. Estoy seguro de que me divertirá ver cómo destruye el nido de avispas. ¡Otro de los deportes ingleses!
 
No esperó la reacción de Harrison y se fue presuroso por el sendero hasta la verja. Ya en el exterior, caminó pausadamente, y su rostro se volvió grave y preocupado. Sacó el reloj del bolsillo y los consultó. Las manecillas marcaban las ocho y diez.
 
-Unos tres cuartos de hora -murmuró-. Quizá hubiera sido mejor aguardar en la casa.
 
Sus pasos se hicieron más lentos, como si una fuerza irresistible lo invitase a regresar. Era un extraño presentimiento, que, decidido, se sacudió antes de seguir hacia el pueblo. No obstante, la preocupación se reflejaba en su rostro y una o dos veces movió la cabeza, signo inequívoco de la escasa satisfacción que le producía su acto.
 
Minutos antes de las nueve, se encontraba de nuevo frente a la verja del jardín. Era una noche clara y la brisa apenas movía las ramas de los árboles. La quietud imperante rezumaba un algo siniestro, parecido a la calma que antecede a la tempestad.
 
Repentinamente alarmado, Poirot apresuró el paso, como si un sexto sentido le pusiese sobre aviso. De pronto, se abrió la puerta de la verja y Claude Langton, presuroso, salió a la carretera. Su sobresalto fue grande al ver a Poirot.
 
-¡Ah...! ¡Oh...! Buenas noches.
 
-Buenas noches, monsieur Langton. ¿Ha terminado usted?
 
El joven lo miró inquisitivo.
 
-Ignoro a qué se refiere -dijo.
 
-¿Ha destruido ya el nido de avispas?
 
- No.
 
-¡Oh! -exclamó Poirot como si sufriera un desencanto-. ¿No lo ha destruido? ¿Qué hizo usted, pues?
 
-He charlado con mi amigo Harrison. Tengo prisa, monsieur Poirot. Ignoraba que vendría a este solitario rincón del mundo.
 
-Me traen asuntos profesionales.
 
-Hallará a Harrison en la terraza. Lamento no detenerme.
 
Langton se fue y Poirot lo siguió con la mirada. Era un joven nervioso, de labios finos y bien parecido.
 
-Dice que encontraré a Harrison en la terraza -murmuró Poirot-. ¡Veamos!
 
Penetró en el jardín y siguió por el sendero. Harrison se hallaba sentado en una silla junto a la mesa. Permanecía inmóvil, y no volvió la cabeza al oír a Poirot.
 
-¡Ah, mon ami! -exclamó éste-. ¿Cómo se encuentra?
 
Después de una larga pausa, Harrison, con voz extrañamente fría, inquirió:
 
-¿Qué ha dicho?
 
-Le he preguntado cómo se encuentra.
 
-Bien. Sí; estoy bien. ¿Por qué no?
 
-¿No siente ningún malestar? Eso es bueno.
 
-¿Malestar? ¿Por qué?
 
-Por el carbonato sódico.
 
Harrison alzó la cabeza.
 
-¿Carbonato sódico? ¿Qué significa eso?
 
Poirot se excusó.
 
-Siento mucho haber obrado sin su consentimiento, pero me vi obligado a ponerle un poco en uno de sus bolsillos.
 
-¿Que puso usted un poco en uno de mis bolsillos? ¿Por qué diablos hizo eso?
 
Poirot se expresó con esa cadencia impersonal de los conferenciantes que hablan a los niños.
 
-Una de las ventajas, o desventajas del detective, radica en su conocimiento de los bajos fondos de la sociedad. Allí se aprenden cosas muy interesantes y curiosas. Cierta vez me interesé por un simple ratero que no había cometido el hurto que se le imputaba, y logré demostrar su inocencia. El hombre, agradecido, me pagó enseñándome los viejos trucos de su profesión. Eso me permite ahora hurgar en el bolsillo de cualquiera con solo escoger el momento oportuno. Para ello basta poner una mano sobre su hombro y simular un estado de excitación. Así logré sacar el contenido de su bolsillo derecho y dejar a cambio un poco de carbonato sódico. Compréndalo. Si un hombre desea poner rápidamente un veneno en su propio vaso, sin ser visto, es natural que lo lleve en el bolsillo derecho de la americana.
 
Poirot se sacó de uno de sus bolsillos algunos cristales blancos y aterronados.
 
-Es muy peligroso -murmuró- llevarlos sueltos.
 
Curiosamente y sin precipitarse, extrajo de otro bolsillo un frasco de boca ancha. Deslizó en su interior los cristales, se acercó a la mesa y vertió agua en el frasco. Una vez tapado lo agitó hasta disolver los cristales. Harrison los miraba fascinado.
 
Poirot se encaminó al avispero, destapó el frasco y roció con la solución el nido. Retrocedió un par de pasos y se quedó allí a la expectativa. Algunas avispas se estremecieron un poco antes de quedarse quietas. Otras treparon por el tronco del árbol hasta caer muertas. Poirot sacudió la cabeza y regresó al pórtico.
 
-Una muerte muy rápida -dijo.
 
Harrison pareció encontrar su voz.
 
-¿Qué sabe usted?
 
-Como le dije, vi el nombre de Claude Langton en el registro. Pero no le conté lo que siguió inmediatamente después. Lo encontré al salir a la calle y me explicó que habia comprado cianuro de potasio a petición de usted para destruir el nido de avispas. Eso me pareció algo raro, amigo mío, pues recuerdo que en aquella cena a que hice referencia antes, usted expuso su punto de vista sobre el mayor mérito de la gasolina para estas cosas, y denunció el empleo de cianuro como peligroso e innecesario.
 
-Siga.
 
-Sé algo más. Vi a Claude Langton y a Molly Deane cuando ellos se creían libres de ojos indiscretos. Ignoro la causa de la ruptura de enamorados que llegó a separarlos, poniendo a Molly en los brazos de usted, pero comprendí que los malos entendidos habían acabado entre la pareja y que la señorita Deane volvía a su antiguo amor.
 
-Siga.
 
-Nada más. Salvo que me encontraba en Harley el otro día y vi salir a usted del consultorio de cierto doctor, amigo mío. La expresión de usted me dijo la clase de enfermedad que padece y su gravedad. Es una expresión muy peculiar, que sólo he observado un par de veces en mi vida, pero inconfundible. Ella refleja el conocimiento de la propia sentencia de muerte. ¿Tengo razón o no?
 
-Sí. Sólo dos meses de vida. Eso me dijo.
 
-Usted no me vió, amigo mío, pues tenía otras cosas en qué pensar. Pero advertí algo más en su rostro; advertí esa cosa que los hombres tratan de ocultar, y de la cual le hablé antes. Odio amigo mío. No se moleste en negarlo.
 
-Siga -apremió Harrison.
 
-No hay mucho más que decir. Por pura casualidad vi el nombre de Langton en el libro de registro de venenos. Lo demás ya lo sabe. Usted me negó que Langton fuera a emplear el cianuro, e incluso se mostró sorprendido de que lo hubiera adquirido. Mi visita no le fue particularmente grata al principio, si bien muy pronto la halló conveniente y alentó mis sospechas. Langton me dijo que vendría a las ocho y media. Usted que a las nueve. Sin duda pensó que a esa hora me encontraría con el hecho consumado.
 
-¿Por qué vino? -gritó Harrison-. ¡Ojalá no hubiera venido!
 
-Se lo dije. El asesinato es asunto de mi incumbencia.
 
-¿Asesinato? ¡Suicidio querrá decir!
 
-No -la voz de Poirot sonó claramente aguda-. Quiero decir asesinato. Su muerte seria rápida y fácil, pero la que planeaba para Langton era la peor muerte que un hombre puede sufrir. El compra el veneno, viene a verlo y los dos permanecen solos. Usted muere de repente y se encuentra cianuro en su vaso. ¡A Claude Langton lo cuelgan! Ese era su plan.
 
Harrison gimió al repetir:
 
-¿Por qué vino? ¡Ojalá no hubiera venido!
 
-Ya se lo he dicho. No obstante, hay otro motivo. Le aprecio monsieur Harrison. Escuche, mon ami; usted es un moribundo y ha perdido la joven que amaba; pero no es un asesino. Digame la verdad: ¿Se alegra o lamenta ahora de que yo viniese?
 
Tras una larga pausa, Harrison se animó. Había dignidad en su rostro y la mirada del hombre que ha logrado salvar su propia alma. Tendió la mano por encima de la mesa y dijo:
 
-Fue una suerte que viniera usted.